14 abril 2006

Destino

Noche. Dunas de oro reflejan la luz de la luna. En el horizonte sin tregua, una silueta de difusos contornos avanza. Podría ser un tuareg, un nómada de las llanuras de arena sin coordenadas lógicas, vagabundo del dédalo donde un rey de los árabes devolvió la moneda a aquel rey de las islas de Babilonia, a lomos de un pálido caballo.

Avanza tranquilo. O quizá no. Quizá no avanza. Quizá aguarda y somos nosotros los que vamos en su búsqueda. Sí, eso es: somos nosotros quienes buscamos su amparo sin saberlo, porque necesitamos abrazar a ese jinete cuando llegue el momento.

Y ése es el único destino cierto que poseemos.

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