04 diciembre 2007

La otra mejilla, o de víctimas masocas

Llegas a tu casa y adviertes que ha pasado algo: crees que un vecino te ha robado, así que lo denuncias, porque tienes fundadas sospechas de que ha sido él. En la vista preliminar, a la luz de las pruebas, el juez decide que, mientras no se aclaren los hechos, hay efectivamente indicios que aconsejan que el presunto inocente permanezca en prisión.

Lógicamente, tú deseas que el asunto se aclare cuanto antes para saber si fue o no ese vecino quien te robó.

Sin embargo, hay otras lógicas distintas a la tuya. Ejemplo:

Esto era uno que entró a robar a una casa donde vivían unas veintinueve mil personas. La policía lo detuvo y, mientras no se sabía si robó mucho, poco o nada, lo metieron en la cárcel hasta que se celebrase un juicio en el que se dilucidara si era o no culpable y en qué medida, porque se sospechaba que el robo lo planearon y perpetraron entre varios.

Paradójicamente, entre trescientos y setecientos inquilinos de la casa (según alguna teoría, la diferencia en las cifras se debe a que no se sabe con seguridad si el que contó a la gente iba o no iba ciego y, por tanto, veía o no doble) se acercaron a dar su apoyo incondicional al presunto autor del robo.

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