18 diciembre 2013

O negación de los ciudadanos

«Los textos de la ley francesa, desde la Declaración de los Derechos del Hombre hasta la Constitución de 1958, reconocen legal y jurídicamente la posibilidad de un derecho del incumplimiento o insurrección. El artículo 21 de la Constitución estipula: cuando «el Gobierno viole las libertades y los derechos garantizados por la Constitución, la resistencia en todas sus formas es el derecho más sagrado de todos y el más imperioso de los deberes». Derecho sagrado y deber imperioso: las palabras tienen mucho peso y significan que más allá de la ley y del derecho, no queda nada al arbitrio de los que tienen como tarea hacerlos respetar, sino una concepción del hombre y de la humanidad que no puede avenirse con crímenes, muertes, desprecio, indignidad o negación de los ciudadanos.»
[Michel Onfray: Manual de Antifilosofía]

10 diciembre 2013

01 noviembre 2013

Musa acuática y lasciva

Acuática y desnuda en la piscina,
apareces expuesta como musa
sin reparo, sin miedo y sin excusa
e inspiras la emoción más clandestina.

Semejas una ninfa submarina
que al poeta le mostrara su profusa
carne y su blanca imagen inconclusa
que tienta, hipnotiza e ilumina,

pues de luz estás hecha y de penumbras,
de barro y de lujuria, de pasiones
infinitas, profundas, y sonrisas

que a compartir por instinto acostumbras,
y por ser diosa llena de emociones
libres, lascivas, bellas e insumisas.

29 octubre 2013

La fiesta perpetua

Expuesta, casi fiesta,
casi venus perpetua.

Tu cuerpo se insinúa
de la luz a la sombra,
funámbula en el agua
cálida y tentadora,
pura mujer primera
que bailas la postrera
danza en la piscina.

Quieta, casi desnuda,
apoyada en la esquina,
tan cómoda suspiras
hacia el cielo y me miras
con los ojos cerrados
y con la boca abierta,
hecha toda destellos,
hecha toda planetas
que se mueven despacio
entre luz y entre sombra,
y que ahora se esconden,
y que ahora deslumbran.

27 octubre 2013

Y disputarte celoso a la codicia de la muerte


«Agua quisiera ser, luz y alma mía,
que con su transparencia te brindara;
porque tu dulce boca me gustara,
no apagara tu sed, la encendería.

Viento quisiera ser; en noche umbría,
callado hasta tu lecho penetrara,
y aspirar por tus labios me dejara
y mi vida en la tuya infundiría.

Fuego quisiera ser para abrasarte
en un volcán de amor. ¡Oh estatua inerte,
sorda a las quejas de quien supo amarte!

Y después para siempre poseerte,
tierra quisiera ser y disputarte
celoso a la codicia de la muerte.»


Anhelos, de Francisco Rodríguez Marín (1855-1943).

10 septiembre 2013

Las tres Gracias


En la puerta de Boutique
encontré a las tres Gracias
una noche de verano
cuando los grillos cantaban
sus baladas al amor
y a la belleza sagrada.

No eran estas mujeres
cárites de Grecia clásica,
sino féminas modernas
que sobre un coche recreaban
la imagen que los artistas
de este mito dibujaran,
pero no de pie desnudas,
sino vestidas, sentadas.

Sus nombres no eran tampoco
Talia, Eufrósine y Aglaya,
ni tenían en sus manos
un velo o una manzana,
y siendo las situaciones
tan distintas por lejanas,
la esencia era la misma,
pues las mismas son las Gracias.

Yolanda, Eulalia y María
son los nombres de estas damas
que jugaban como ninfas
sobre el móvil derramadas
haciéndose algunas fotos
en el Centro de la Fama;
mas Mari, Lali y Yoli
gustan ellas ser llamadas,
sin saber que de esta forma
se evoca a las cortesanas
que adoraban los poetas
de las centurias doradas,
donde Fili, Lisi o Clori
son el centro de alabanzas
por el incendio en que arden
sus ojos como esmeraldas,
sus cabellos como soles,
sus bocas como granadas,
y por cómo les consumen
a los poetas el ánima
con sus silencios glaciales
y su altivez calculada.

Mas ni las cárites griegas
ni las doncellas romanas,
ni las Filis deslumbrantes
ni las Lisis soberanas
alcanzan la cegadora
belleza de estas tres Gracias
de curvaturas modernas
y de miradas ingrávidas
que hipnotizan inconscientes
y me secuestran el alma.

Lali es la morena hembra
que alumbra mis madrugadas
y me sentencia a un destino
de volcanes y de lava:
con el fuego de sus ojos
sin piedad mi ser arrasa,
como un huracán de estrellas
que me enterrase sin pausa
en un abismo de luz
y de lujuria hierática,
y encendiera mis carnales
y mis telúricas ansias
de ser un hombre de barro
que entre sus manos se abrasa.

Yoli es la reina que rubia
ilumina mis mañanas
con la alegría divina
que su melena devana:
sus cataratas de oro
y de pasión desbocada
embotan toda razón
con sus tenaces fragancias,
dejándome a la deriva
en la voluptuosa magia
de sus piernas tentadoras
vestidas con minifalda,
promesas de paraísos
donde el olvido naufraga
y el placer nace puro
y dulce como palabras
que sus labios desbordantes
en susurros pronunciaran.

Mari es la diosa más pura
que mito alguno creara:
su cuerpo hecho de auroras
y de dulces añoranzas,
sus mejillas de relámpagos
y de miel ruborizadas,
sus ojos de mil deseos
y de lascivas galaxias,
sus manos acogedoras
llenas de amor  y de magma,
toda ella un universo
de insomnios y de alboradas
que se expande lentamente
y mi júbilo desgrana,
dejando un rastro de besos
en un sendero de lágrimas
que niega toda agonía
e inunda todo de gracia.

He aquí las tres mujeres
(dos de ellas son hermanas)
que una noche de verano,
mientras la luna soñaba
trazando en el cielo abierto
setenta estelas de plata,
sin saberlo se encarnaron
en las tres míticas Gracias,
pero ahora postmodernas
y más griegas que romanas,
y me hicieron prisionero
entre sus labios de ámbar,
entre sus risas de musas
y entre sus uñas de nácar.

Dejad que solo la muerte
me secuestre enamorada
y me aparte eternamente
de estas tres damas.
Dejadla,
cuando los grillos nocturnos
se olviden de sus baladas.

09 septiembre 2013

Al pie de la letra

Hace once años se enteró de que reírse prolongaba la vida. Fue una tarde de esas en las que no esperaba nada, el cielo estaba nublado y pensaba pasársela acurrucado en el sofá viendo alguna película, tapado con la manta, pero a eso de las cuatro y media lo llamó su amigo al interfono, Oye, vente a tomarte un café aquí abajo, que te tengo que contar unas cosas, así que él bajó y, entre otras muchas cosas, como que Beatriz, la Doctora, que estaba terminando Medicina en Granada, pensaba especializarse en neurología, o como que a Juanillo, el Rasta, lo habían visto la semana pasada por Lisboa con su espectáculo de funambulista, o como que Ana, la Vecina, iba a ir a un concierto de reggae el viernes siguiente, de reggae, Edu, de reggae, ya sabes lo que hacen allí, tío, eso le dijo, o como que Charo, la Fumeta, le había dicho que le preguntase que a ver cuándo la invitaba a tomar unas cervezas, pero que ya sabía, añadió él, que lo de las cervezas era un decir, una excusa para conocerlo mejor, para estudiarte mejor, Edu, ya sabes que te va a estudiar, tío, la Charo es así, eso le dijo; entre esas y otras muchas cosas, también le dijo que había leído en el periódico que los científicos de no sabía qué universidad de por ahí, de Inglaterra o Alemania, o de Estados Unidos, habían confirmado que reírse alarga la vida.
¿Pero cómo…? —Le preguntó pálido, casi incrédulo, a su amigo.
¡Quién sabe, Eduar, quién sabe! Pero dicen que puedes vivir no sé cuánto tiempo más según cuánto y cómo te rías, depende de la duración, la intensidad, la energía, el timbre, fíjate, a mí se me ha quedado la frase esta: hay una relación directamente proporcional entre el tiempo de risa empleado y el tiempo de vida ganado, ya sabes, terminología científica, tío, pero es así, Edu, la vida es así de asombrosa.
Y él no salía de su asombro, pues acababa de tomar consciencia plena de que, riéndose, podría ser inmortal, así que desde entonces no ha dejado de reírse salvo para lo indispensable: dormir y comer, pero últimamente se le ha visto comiendo con la boca abierta, o más precisamente riéndose mientras come, y hay quien afirma que ha aprendido a hablar en sueños, y que lo que dice le provoca continuas carcajadas.
_______________________________
*Nota. Quizá piense el lector, dada su inclinación a pensar de esa manera, que quien afirma que Eduardo ha aprendido a hablar en sueños es alguna mujer con quien haya podido compartir lecho. Se equivoca el lector. Quienes tal afirman son los vecinos del 5ºB, del 5ºD, del 4ºC y del 6ºC. Listillo.

07 septiembre 2013

¡No se preocupen!

Tenía una vida de película, pero de película de Hollywood: fue la chica más popular de su colegio, la más envidiada de su instituto, la más admirada de su barrio, la más reconocida en su ciudad y, para mayor gloria, se casó con el médico más famoso de su país, un cirujano de renombre internacional. No hace falta que describamos aquí el día de su boda: piense el lector en una boda de película, pero de película de Hollywood, y se hace una idea. Tampoco es necesario que digamos nada de su casa ni de sus viajes: el lector puede hacer lo mismo.
Sin embargo, sí diremos algo del deseo más profundo que albergaba esta mujer en su interior y que nunca, por un extraño pudor morboso, pudo confesar a su marido, por más que hoy se ha arrepentido infinitamente de no habérselo contado nunca, porque hoy es nunca para este ilustre cirujano.
Los primeros años de matrimonio le obsesionaba la idea, y a veces se descubría esperando que pasase algo para cumplir con su deseo, hasta el punto de que fantaseaba, por ejemplo, con que alguien se atragantase durante una comida, y solo ofrecemos este ejemplo, pues hay otros que harían ruborizar al lector e incluso le harían espantarse: por consideración a esta mujer, no al lector, no los mencionaremos, aunque el lector quizá salga beneficiado con esta omisión, siendo esta otra prueba de cómo un beneficio individual puede repercutir con provecho sobre el prójimo. En cualquier caso, piense el lector que los primeros quince años de matrimonio vivió atormentada por esta fantasía mórbida, por este deseo infausto, por este capricho insano.
Ella deseaba gritar algún día, a pleno pulmón, en medio de un montón de gente, aquella frase de película: ¡No se preocupen! ¡Mi marido es médico!, apareciendo así como una salvadora implacable, como una diva inmaculada. Pero la ocasión nunca se presentaba, a pesar de los cientos de actos sociales y eventos públicos a los que asistían.
Hoy, sin embargo, es tarde. El insigne cirujano falleció hace unas horas y he aquí su funeral. La familia llora, los amigos lloran, el dolor habita hoy entre nosotros más que nunca. E, ironía del destino, es hoy cuando un niño que  come Lacasitos en el pasillo del tanatorio se atraganta justo en el preciso instante en que la mujer regresa del aseo, tras arreglarse un poco después de haber sufrido una explosión de llanto incontenible. Al ver al niño atragantarse, emitiendo sonidos estertóreos y agarrándose la garganta con ambas manos; al observar el espanto y el miedo de la gente que había alrededor, paralizada sin saber qué hacer ante  aquel niño cuya cara parecía deformarse por momentos entre toses y silbidos; fue entonces cuando se acercó corriendo hacia el niño y a pleno pulmón gritó: ¡No se preocupen! ¡Mi marido es médico!, pero nada más acabar el grito tropezó y se derrumbó sobre el niño, que ya se retorcía en el suelo del pasillo, reluciente, inmaculado, el suelo, no el niño; la gente paralizada todavía, a la espera del médico anunciado por aquella señora que, arrasada por el llanto más desolador del mundo, yacía sobre el niño, por cuya boca habían salido disparados como por un géiser los diecisiete Lacasitos que casi lo matan al atrancarse en su garganta.

19 julio 2013

Aunque la realidad las contradiga

[José Saramago: As Intermitências da Morte]
«El estado intentará sobrevivir, aunque dudo mucho de que lo consiga, pero la iglesia, La iglesia, señor primer ministro, se habituó de tal manera a las respuestas eternas que no puedo imaginarla dando otras, Aunque la realidad las contradiga, Desde el principio no hemos hecho otra cosa que contradecir la realidad, y aquí estamos, Qué dirá el papa, Si yo lo fuese, dios me perdone la estulta vanidad de pensarme tal, mandaría poner inmediatamente en circulación una nueva tesis, la de la muerte retardada, Sin más explicaciones, A la iglesia nunca se le pidió que explicase nada, nuestra otra especialidad, además de la balística, ha sido neutralizar, por la fe, el espíritu curioso [...]»

09 julio 2013

Si no tiene tele ni siquiera se entera

[Chimo: La voz de Lila]
«Yo digo que esto no, no me lo creo. Quemas un autobús, cuatro coches y te cargas una docena de escaparates, pero chico, lo siento, no es la guerra que pensabas. Lo que quemas es lo que te mola y nunca podrás tener. Nunca podrás tenerlo así que lo quemas, está ahí al alcance de la mano pero no en tu mano, hay una pequeña diferencia. Pero si tú te crees que llevas la antorcha que va a incendiar Francia, eres el mosquito que decía le declaro la guerra al elefante, sólo que el gordo de la trompa si no tiene tele ni siquiera se entera.»

08 julio 2013

Tus uñas


Bailarinas tus uñas voluptuosas,
sobre mi carne corren
con sentimientos lúdicos
de caricia o de daga,
pues adentrarse quieren en mi espalda
y amasar, fluorescentes,
cien lascivos deslices
que rastro sean rojo
del magnetismo lúcido que ejercen
en los floridos campos
de mi cuerpo imantado.

Hasta que no puedes más

[Chimo: La voz de Lila]
«Lo primero es comer, con hambre todo da igual, no piensas en nada y además tampoco es que antes pensaras mucho, no me vengas con rollos y dame eso, dámelo, dámelo, enseguida si no reviento o te reviento a ti, el hambre lo hace ver todo negro y te hace temblar y llorar hasta que no puedes más, y la amistad el amor todo a la basura.»

07 julio 2013

Desnaufragio


Me parece muy bien que te masturbes,
así te desahogas, te desaguas
un poco y desnaufragas,
y navegas tranquila
en la calma profunda;
y digo “desnaufragas” porque rima
con tus bragas, destila
fragancias de nenúfar
y suena a que te salvas.

06 julio 2013

Suicidio, sedición, silencio


Suicidio en el rubor de tus mejillas,
sedición de tu lengua lujuriosa,
silencio en el temblor de tu vagina.

Toda una epifanía el epigrama
que tu cuerpo dibuja entre las sábanas:
No tocar. El placer no tiene nombre.
Mas me llamas, me esperas y me miras.
Un incendio reaviva tus mejillas.
Tu cuerpo ahora parece un silencioso
navío de gemidos tan suicidas…

Acaricias tu rostro, y me miras
tan calma, y me miras tan furïa.

Soy toda tuya -dices en susurros-.
En los mares del sexo oral exijo
infinitos esfuerzos al barquero,
y fatigo su espalda hasta adentrarme
en las santas espumas de las olas.

Remo tu cuerpo al blanco desenlace,
evito la tragedia, los naufragios
sorteo, las tempestades esquivo,
exhausto desemboco entre tus piernas
y me ahogo devoto en tu crecida.

Tu lengua lujuriosa se retira
y regresa a su patria abandonada.

Veneremos las últimas espumas
cuando se extinga el último jadeo.

Silencio
                en el temblor
                                        de tu vagina.

05 julio 2013

Esclavizada musa


Acariciar tu piel es como el aire
suave y fresco besándome el cerebro,
embriagado por el perfume ciego
que me anega y subleva más mi sangre
que la lasciva concha de Afrodita
orgasmando inclemente sus deseos
al abrir la lujuria entre los mares:
tu magnético aroma me hipnotiza
y te esclaviza musa entre mis versos.

28 junio 2013

Creencia


Solo creo en el dios
que habita entre tus piernas
y en sus sabios milagros:
convertir tus gemidos
en tenaces orgasmos.

26 junio 2013

¿El amor?


El amor es un atentado contra la salud y contra el orden público, contra las buenas costumbres y contra el conformismo.
El amor es un crimen contra la razón y contra las expectativas comunes.
El amor es un delito invertebrado.
El amor es amoral.

El amor es un holocausto de neuronas, un genocidio de propósitos, una inmolación de planes previos.
El amor es una pesadilla de serpientes que nace de los dedos y que la mirada difunde en forma de pez tranquilo, de paz serena.
El amor es un huracán de deseos monotemáticos con un ojo de enfoque único e intransferible.
El amor es incontenible y acariciable, y tiene nombre propio, y literario.

25 junio 2013

Amorirse


Amorirás entre mis brazos amorísticamente:
amorable tú
entre todas las vírgenes que amortizan su amor lanzándose
sin amortiguadores al vacío más crepuscular;
amorosa tú,
que te amordazas con mis manos
amoratadas por tus bocados,
que te amortajas con mi cuerpo
expansivo en creciente
y amorgasmas entre mis brazos
amoríficamente.

24 junio 2013

Incertidumbre indeterminada


Yo no sé
adónde iremos,
cuánto camino
vamos a cubrir juntos,
cuánto tiempo nos atará el anhelo,
la intriga más curiosa,
el más íntimo empeño.

Yo no sé
cuándo acaba una musa,
ni cuándo muere un poeta,
tan solo sé que ahora
riges mi pensamiento, y lo raptas:

de tal secuestro nace mi sonrisa,
y tu mirada nace
donde yace el deseo.

23 junio 2013

El silencio más fino

Los amorosos
(Jaime Sabines)

Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.

Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.

Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.

Los amorosos son los insaciables,
los que siempre -¡qué bueno!- han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.

Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.

Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor
como una lámpara de inagotable aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida,
y se van llorando, llorando,
la hermosa vida.

Tendrá que gustarle

[Jaime Sabines: "No quiero convencer a nadie de nada"]
«Mientras yo no pueda respirar bajo el agua o volar (pero de verdad volar, yo solo, con mis brazos) tendrá que gustarme caminar sobre la tierra y ser hombre, no pez, no ave.»

17 junio 2013

Nunca de antemano

[José Saramago: Ensayo sobre la ceguera]
«Nunca se puede saber de antemano de qué son capaces las personas, hay que esperar, dar tiempo al tiempo, el tiempo es el que manda, el tiempo es quien está jugando al otro lado de la mesa y tiene en su mano todas las cartas de la baraja, a nosotros nos corresponde inventar los encartes con la vida, la nuestra [...]»

16 junio 2013

Compañía de algas

El arte no se crea,
eres tú a quien Arte crea siempre,
y te crea imperfecto, no presente
ni ausente, solo
indicios de verdad que desconoces,
aunque a veces te asedien intuiciones...

Pero en instantes breves desvanécense,
y crees que al escribir tú creas,
cuando en realidad eres tú el creado
por la escritura, la creadora
a la que alabas y adoras
cuando te quedas sin nada,
eterna compañía
de inevitables algas procelosas
donde morir es un placer
y vivir, agonía.

15 junio 2013

Disyuntiva amorosa

El amor plantea una disyuntiva
en su concepción: aceptar al otro
completo, con sus vicios
y virtudes, afectos y defectos,
o buscar lo intermedio
a través de renuncias y renuncios.

El amor, en su expresión más sublime,
reside en la aceptación del otro
sin plazos y sin treguas.

Cuando el amante exige
al amado que renuncie
a una de sus uñas,
o viceversa,
quizá precisa de una versión nueva
que satisfaga sus nuevos deseos.

¡Oh, amado/amante, tras la renuncia
última actualizado,
qué pronto vas a quedar obsoleto
de nuevo, con la árida esperanza
del yacer, tras cuántas otras renuncias,
inmóvil en la órbita cementerio!

Aún está por nacer

[José Saramago: Ensayo sobre la ceguera]
«[...] en verdad aún está por nacer el primer ser humano desprovisto de esa segunda piel a la que llamamos egoísmo, mucho más dura que la otra, que por nada sangra.»

14 junio 2013

Legítima incertidumbre


No sé si llamarte
o llamearte,
ni sé si arañarte
o añorarte,
ni siquiera sabría
si cogerte
o soltarte,
pero en un momento incongruente
soy una legítima contradicción,
soy una incertidumbre coherente.

-------------------------------------------------
Nota a fin de verso:
v. 1: Cuando no estás.
v. 2: Cuanto te acercas.
v. 3: (Aquí vive la lujuria.)
v. 4: (Aquí habita un error.)
v. 5: En este instante.
v. 6: Salvajemente.
v. 7: Con una dulzura infinita.
v. 8: Como ese, como aquel, como este.
v. 9: (Quítate el pantalón.)
v. 10: (La televisión sigue encendida.)

13 junio 2013

Como la ceniza

Pues resulta que quiero
vivir bajo tu lengua,
en una madriguera
cálida y esponjosa
para oler tus pulmones
cuando me ponga
romántico, y suicidarme
colgándome del borde mismo
de tu ventrículo siniestro.

También realizaría
una expedición sin igual
y sin posibilidad de retorno
al centro geográfico
de tu cerebro,
donde cultivaría
tentativas de amor
hasta que un rayo me partiera;
mas no por ello partiría
a lo más hondo de tu hígado
para revolverte la bilis
y los recuerdos,
sino que simplemente
me marcharía
como se va el olor, el tiempo
o la ceniza.

12 junio 2013

Blanco epitafio

Es el asma del cuerpo, es el asma del alma;
es la blanca fisura de mis tráqueas etéreas;
el chirriante desgarro de mi pulmón profundo,
mi ser crucificado y enterrado en agua
con alambres de esperas y lápidas de nada;
es mi confianza ciega vulnerada, en sangre
blanca empapada, llena de puñales y balas;
es mi fe en lo eterno quemada, destruida;
la muerte de la idea que era ya materia
soldada a mis entrañas;
                                           entonces, sólo cáncer
que con sus uñas blancas destripa mi cerebro
izquierdo y tremolante y a un silencio helado
me sentencia, a un blanco y brillante epitafio.

11 junio 2013

Donde el dolor palpita

Aquí palpita el blanco dolor encadenado,
inconcluso lamento que deshizo tu rostro
con sus surcos de espanto, quemó la sacra casa
donde tu alma guardaba sus amadas reliquias,
diez mil púas de erizo en tu pupila virgen
y un sacrilegio ciego que al olvido condena
tu hermosura de asfixia blanca ya caducada;

aquí, brillando, blanco dolor, encadenado
a tu lengua, constriñe tu corazón inquieto
y aprisiona tu cuerpo con su garra invisible,
te bloquea la mente, martiriza tu verso,
aprieta tu garganta, adereza con clavos
esas tristes comidas que no se precipitan
a un estómago vivo, sino a un abismo pálido
que se seca sin tregua, se reseca sin pausa
y se repliega blanco hasta yacer exhausto.

Aquí dolor palpita infinito e informe:
ingrato pajarraco, obsceno y maldito,
exhibiendo tus plumas de eterna y blanca ausencia,
cacareas mis ruinas, festejas mi tragedia,
degüellas mi pupila y anidas en mi entraña.

10 junio 2013

In heavy clouds of rain

[Asaf Avidan: One Day]
[Letra
[Wankelmut Remix]

Invertebrada

Aguardando que la furia te invada
y seas finalmente toda magia,
mujer invertebrada,
serpiente de lujuria
o espada
                 que me asaltas.

09 junio 2013

Te quemaría las entrañas

[Hjalmar Söderberg: Doctor Glas]
«No busques la verdad: no la encontrarás y te perderás tú mismo. No debes preguntar. La suma de verdad que te es útil se te da de balde; viene mezclada con error y mentira, pero es por tu bien, ya que en estado puro te quemaría las entrañas. No intentes purgarte el alma de mentiras, porque con ellas se irán muchas otras cosas en las que no has pensado, y quedarás vacío de ti mismo y de todo lo que es valioso para ti. No debes preguntar

Un constante y penoso y ofensivo recuerdo

[Hjalmar Söderberg: Doctor Glas]
«No, las estrellas no pueden congratularse de que gozan de la popularidad de antaño. Mientras se creía que el destino dependía de ellas, se las temía pero se las quería y adoraba. Y cuando éramos niños, desde luego, todos creíamos que eran bonitas lucecitas que Dios encendía para divertirnos, y que nos guiñaban el ojo a nosotros. Pero ahora que sabemos algo más de ellas, nos están resultando un constante y penoso y ofensivo recuerdo de nuestra insignificancia.»

07 junio 2013

Pecado de lujuria

[Juan Carlos Onetti: Dejemos hablar al viento]
«Sin pensar, Gurisa, que la furia nuestra estaba un poco más allá del amor, sin pensar que todos los sufrimientos y las felicidades de los amantes verdaderos apenas rozaban nuestra angustia, el desesperado y novedoso deseo de conocernos el alma y los intestinos, de construir una unidad hermafrodita que soportara natural y gozosa cuatro brazos, cuatro piernas, un solo cerebro, un solo sexo emperrado en éxtasis y comunión.
     [...] Pero un macho y una hembra descolocados por ambiciones imposibles, por la ilusión de creer realizable el pecado de lujuria —único camino para lo absoluto, lo eterno y la pequeña creencia en la comunicación verdadera—, Gurisa y yo, no estuvimos nunca dentro del tiempo. Entramos y salimos sin que nadie tuviera sospechas.»

06 junio 2013

El perpetuo deseo del solitario

[Hjalmar Söderberg: Doctor Glas]
«Tanto más, por cuanto siento el perpetuo deseo del solitario, de ver gente a mi alrededor —se entiende, gente extraña, que no conozco y con la que no necesito hablar.»

05 junio 2013

Sometido

[Gabriel García Márquez: Cien años de soledad]
«No era comprensible que una mujer con aquel espíritu hubiera regresado a un pueblo muerto, deprimido por el polvo y el calor, y menos con un marido que tenía dinero de sobra para vivir bien en cualquier parte del mundo, y que la amaba tanto que se había sometido a ser llevado y traído por ella con el dogal de seda.»

04 junio 2013

El gran premio indudable

[Juan Carlos Onetti: Dejemos hablar al viento]
«—Qué pasa ahora —dije mientras limpiaba una espátula, miraba la suciedad diversa del trapo, pensaba enmarcarlo y sería el gran premio indudable del salón nacional.»

03 junio 2013

Con un cordel de seda

[Gabriel García Márquez: Cien años de soledad]
«Amaranta Úrsula regresó con los primeros ángeles de diciembre, empujada por brisas de velero, llevando al esposo amarrado por el cuello con un cordel de seda.»

02 junio 2013

El paraíso de la soledad compartida

[Gabriel García Márquez: Cien años de soledad]
«Ambos evocaban entonces como un estorbo las parrandas desatinadas, la riqueza aparatosa y la fornicación sin frenos, y se lamentaban de cuánta vida les había costado encontrar el paraíso de la soledad compartida.»

31 mayo 2013

Como ella había imaginado el amor

[Juan Carlos Onetti: Dejemos hablar al viento]
«(Se estuvo riendo sin burla; no creía, simplemente. Pero como yo estaba enloquecido de amor por ella y además ella no me importaba, pude soñarla en la mañana gris, avanzando a la orilla del agua, pequeña, encogida y friolenta, buscando a los pescadores, buscando herir al mundo y, tal vez, de paso también a mí dormido, ausente, arropado, incapaz de quererla como ella había imaginado el amor.)»

30 mayo 2013

Es siempre revolucionaria

[Juan Carlos Onetti: Dejemos hablar al viento]
«Pero el lector merece la verdad y, además, todos sabemos que la verdad es siempre revolucionaria.»

29 mayo 2013

Una verdad efímera

[Gabriel García Márquez: Cien años de soledad]
«[...] hasta que terminó por recomendarles a todos que se fueran de Macondo, que olvidaran cuanto él les había enseñado del mundo y del corazón humano, que se cagaran en Horacio, y que en cualquier lugar en que estuvieran recordaran siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera.»

23 mayo 2013

Uñas

Uñas irregulares. Altas, bajas.
Bailarinas que danzan en el teatro
de mi espalda con pulso cirujano.
Ejecutan coreografías varias

improvisando el salto, el giro, y clavan
su nácar en mi carne, escenario
que será, al final, polvo, o barro,
pero que es ahora tabla en la que bailan

sus uñas, diez esclavas virtuosas
que en sádico arrebato de su dueña
ensimismada muerden mi materia

con dulces dentelladas, y en mi boca,
pecho y vientre taladran y resuellan
hasta exprimir fecundas mis arterias.

22 mayo 2013

Solos

[David Chase: Los Soprano]

"Todos estamos solos en este puto universo" (Corrado Jr. Soprano)

El gran precipicio

La vista se nubla.
La fuerza se extingue.
El cuerpo agoniza.
Quizá sea la muerte,
que viene a llevarnos.
La mente confunde
sencillos conceptos.
El tiempo, el espacio,
no tienen sentido.
Apenas un eco
se escucha a lo lejos.
Parece el latido
de dos corazones
que penden del filo
de un blanco barranco.
Deciden soltarse
y caen al vacío.
Los raptan las bocas
de un remolino
y son arrojados
con furia hacia el fondo
del gran precipicio.
Quizá sea la muerte
que viene a llevarlos.
¿La muerte?
                      Mentira.
Es sólo un orgasmo.

21 mayo 2013

Tal vez

[Juan Carlos Onetti: Dejemos hablar al viento]

Electroerótica

Su sexo es un generador
de espasmos electroextáticos,
una dinamo que irradia
el voltaje máximo
ante el mínimo contacto,
un émbolo insaciable
que comprime mi cilindro
con sus giros regulables,
un imán que polariza
mis labios con descargas
de tormenta pornomagnética,
un pararrayos cósmico
de filamentos carnívoros;
la pura atracción,
el conductor paradigmático
de corrientes eróticas,
el ingrávido circuito
que incinera mi fusible,
el enchufe al otro mundo
donde muero calcinado.

20 mayo 2013

Donde habite lo húmedo

Donde habite lo húmedo,
en los profundos abismos de luz de su entraña;
donde yo sólo sea
una lengua sublime que recorre paredes de carne
y precipita su cuerpo,
las papilas abiertas como pechos sangrantes,
para beber el licor de su sexo.

Donde el tiempo se estanque,
donde relojes carezcan de agujas;
allá donde enfrente mis labios
a otros labios mayores, arcanos,
y mi lengua fallezca persiguiendo la esfera
que sus pliegues custodian celosos.

Donde esté el movimiento sometido
a la cámara lenta
del gemido que su boca pronuncia;
donde mi nombre sólo sea recuerdos de letras
que se pierden en el bosque de su aliento incendiado.

Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
donde mi esencia escape de su cárcel,
de este cuerpo que limita,
aferrada a las alas de ese ángel divino
que me asciende a las regiones supremas.

Allá, allá entre sus piernas;
donde habite lo húmedo.

19 mayo 2013

Diluvio sacrosanto

Es la pulpa de tu orquídea
alimento de mis labios
y su estambre placentero
y sus pétalos rosados
son el cáliz donde bebo
su diluvio sacrosanto,
pues tus flujos son la sangre
de Cristo crucificado
que me arrastra hacia la muerte
y me deja agonizando
con los poros como erizos
y los ojos vueltos blancos,
en mi frente una corona
de laureles y de clavos
y en mi espalda cinco surcos
que tus uñas van trazando
con sus filos desiguales
mientras bebo tus orgasmos.

18 mayo 2013

Una pasión tan desaforada

[Gabriel García Márquez: Cien años de soledad]
«[...] pero eso no impidió que pasaran una luna de miel escandalosa. Los vecinos se asustaban con los gritos que despertaban a todo el barrio hasta ocho veces en una noche, y hasta tres veces en la siesta, y rogaban que una pasión tan desaforada no fuera a perturbar la paz de los muertos.»

07 mayo 2013

Aporía en el colectivo

Aquel pibe, recién salido al tránsito de la rúa, recién parido del sueño, como si dijéramos; aquel pibe, recién despertado, con legañas en las comisuras de sus ojos aún y aún con las marcas de la almohada en sus mejillas, con la boca llena de bostezos todavía y todavía con los pulmones hinchados por los humores somníferos de la noche recién abandonada, se arrojó dentro del colectivo como una exhalación epidérmica. El chofer apenas vislumbró su sombra y aceleró por la avenida infinita a una velocidad de caracol, pues el embotellamiento astronómico de la ciudad no permitía a semejante hora del mediodía (que solo podía ser una y no otra) que los carros se manejaran a más de quince millas por hora.
Aún fecundado por el sueño, aquel pibe se puso, sin saber por qué, a pensar en Aquiles y en la tortuga. Cómo se puede ser tan boludo, Aquiles —susurraba entre labios—, si vos te ponés a correr, ¿acaso no vas a echar delante a la tortuga? Mandá al carajo a Zenón y sus aporías y agarrá ya la tortuga para hacer una sopa afrodisíaca, a ver si te cogés a Patroclo antes de que lo maten.
—¿Perdón? ¿Decías? —Le preguntó al pibe ensimismado una mina que estaba parada junto a él, con la mano aferrada a la misma agarradera.
—Sí, decía —respondió el pibe saliéndose temporalmente de su ensimismamiento—, claro que decía. De no decir, no habría dicho nada, ¿no creés, linda?
—Pero qué boludo que sos, bala tenías que ser.
—Disculpa, linda, pero no soy bala, en eso te equivocás.
—¿No?¿Y por qué sueñas con Aquiles cogiéndose a Patroclo? Andate…
—¿Acaso vos los conocés? Qué lindo, una mina que conoce a estos tipos; pero no, no sueño, mirá, es solo que no sé por qué se me baila ahora en la cabeza una historia entre estos dos personajes…
—Ya, no sigás, no sigás: porque vos creés que nunca se les hizo justicia poética, ¿cierto?
—¿Y vos de dónde salís?
—Pues… ¿Me guardás la confesión, loco?
—Como una tumba un cadáver.
La mina susurró algo al oído del pibe, cuya cara dio un vuelco de ciento cincuenta y nueve grados y despertó del todo: se le cayeron las legañas, se le desinflaron los pulmones, los bostezos se le evaporaron y las mejillas recobraron su lisura. Repasó el pibe con su mirada aquel cuerpo, y se detuvo especialmente incrédulo allí, en la pollera ajustada, y entonces él, coloreándosele ahora el rostro, le dijo que no, que no se notaba nada, momento en que ella, aprovechando el ligero frenazo del colectivo, se apoyó con fuerza en él y así pudo él comprobar que aquella mujer resultaba no serlo del todo.

El cangrejo y la muerte

Él no pensaba nunca en aquella cosa, de hecho sus padres cambiaban de canal cuando salía en la tele, o lo dejaban en casa de algún amigo cuando la cosa era de verdad y tenían que ir a aquel sitio que no era para niños, de modo que no era un tema en el que pudiera pensar porque constantemente se le había escamoteado. En el sexo, sin embargo, aunque se le ocultaba de la misma manera, sí que pensaba, sin saber cómo ni cómo no, y de vez en cuando se sorprendía con pensamientos de esa índole.
Pero un día tuvo que afrontar aquella cosa. Era un sábado templado de invierno y él exploraba la playa, que estaba llena de cañas y de corchos y de maderas y de latas y botellas y bolsas de plástico y de docenas de otros objetos (paraguas rotos, tapones, tampones, zapatillas y zapatos destrozados, jirones de ropa, etcétera; todo manchado con pegotes de galipote), que la marea había arrastrado hacia fuera. Cualquier otro fin de semana habría estado con tres amigos, pero esta vez estaba solo, y se moría de ganas por encontrar algo chulo en aquel revoltijo que el mar había vomitado sobre la playa de una manera furiosa, como si el propio mar tuviera una indigestión de tanta porquería con que lo infestan los humanos.
No podía parar de preguntarse de dónde saldrían tantas cañas: cientos, miles de cañas entrecruzadas que formaban una plataforma por la que podía caminar con cuidado a un metro sobre la arena. Caminaba despacio, fijándose muy bien en dónde ponía los pies, y deteniéndose cada dos o tres pasos para escrutar entre las cañas, a ver si encontraba algo guay que enseñarles el fin de semana siguiente a sus amigos de la playa.
Él también llevaba una caña larga para afianzarse en su avance y, de paso, tentar los objetos que iba viendo entre las cañas. Con la caña pudo comprobar que un balón de cuero estaba pinchado, que a un muñeco le faltaba la cabeza y un brazo, que un coche de juguete estaba lleno de galipote, que lo que parecía un joyero era en realidad un trozo de corcho, que lo que le pareció una pulsera de oro simplemente era un trozo de hilo dorado. Con la caña se ahorraba tener que descender entre el amasijo de cañas hasta el objeto en cuestión y comprobar si estaba en condiciones para quedárselo.
Y con la caña afrontó aquella cosa que encontró a mitad de la playa, atrapada por las cañas. Al principio le pareció una muñeca hinchable, con su pelo negro artificial y largo sin brillo, y se ilusionó, aunque no fuese a quedársela, simplemente por verla, pues nunca había visto ninguna de verdad, tan solo a través de Internet; pero en cuanto quitó con la caña la bolsa de plástico que había sobre lo que sería la cara, empezó a tomar consciencia de qué era. Es un muerto, pensó, no, es una muerta, tiene el pelo largo. Tener ese pensamiento, que se generó como una explosión en su cerebro, tuvo unas consecuencias inauditas en él. Notó cómo el pecho se le hinchaba y el cuerpo se le llenaba de una sensación de miedo, o de inseguridad; como si le hubiera salido del estómago una mano que se estuviera abriendo paso dentro de su barriga y le provocase una ligera corriente eléctrica que lo inmovilizara durante unos segundos, al cabo de los cuales cayó en la cuenta de que había dejado de respirar, así que volvió a hacerlo, expulsando todo el aire que había guardado en sus pulmones desde que vio el cadáver. La sensación se transformaba, y ahora le recorría todo el cuerpo una especie de cosquilleo lento que le provocaba un entumecimiento en los brazos y en las piernas.
Volvió a dejar de respirar cuando de la nariz del muerto asomó la pinza de un cangrejo. La reconoció de inmediato, pues era un experto en pescar cangrejos en las rocas y los conocía muy bien. Una mañana cualquiera de verano podría pescar veinte o treinta cangrejos, y con suerte alguno de esos enormes y peludos cuyas pinzas eran tan grandes como su dedo índice. El cangrejo salió, se detuvo en el labio, abrió y cerró despacio sus pinzas, se las llevó a la boca, movió los ojos y volvió a meterse lentamente dentro de la nariz.
Exhaló otra vez el aire que había quedado congelado en sus pulmones y su respiración se aceleró. Miró alrededor por si veía a alguien a quien decirle lo que había allí, pero no vio mucho. Se sentía confuso, desubicado. Su pulso se disparaba. Volvió a darle al cadáver con la caña. Estaba muy duro, muy rígido, parecía de madera, y le vino a la memoria el maniquí que habían utilizado hacía un mes en clase de gimnasia para practicar los primeros auxilios.
Al cabo de un rato dejó la caña allí mismo y se fue a su casa sin apenas darse cuenta de que volvía a su casa. Sus padres lo recibieron enfadados porque llegaba muy tarde: comían a las dos y eran las tres y media. Les dijo lo que había visto. No sé cuánto tiempo estuve mirándolo, no podía dejar de mirarlo, me he retrasado por eso, les dijo. El resto del día lo pasó en casa, sin levantarse del sofá, sin apenas hablar. Sacó sus propias conclusiones sobre aquella cosa que era la muerte, aunque a lo largo de su vida tales conclusiones fueron modificándose conforme leyó. A lo largo de su vida, sin embargo, jamás volvió a pescar un solo cangrejo.

Es imposible transmitirla

[Joseph Conrad: El corazón de las tinieblas]
«—... No, es imposible; es imposible transmitir la sensación de vida de una época cualquiera de la propia existencia; lo que le confiere veracidad y significado, su esencia sutil y penetrante. Es imposible. Vivimos igual que soñamos: solos.»

05 mayo 2013

Stephen, King of Cleaning

[Sons of Anarchy, temp. 3, cap. 3]
Tara.— Where is she?
Bachman, the Cleaner.— Where is who?

Uno y Otro

Estaba claro que, al amanecer en aquel lugar, ciertas cosas habrían ocurrido la noche anterior, máxime teniendo en cuenta las condiciones de semejante despertar. Ambos estaban casi desnudos y tenían los cuerpos manchados de sangre: uno tenía un ojo tapado con un parche, y otro llevaba una mano vendada. Primero despertó Uno (llamémoslos así: Uno y Otro), que notó la mano entumecida y se sorprendió al ver el ojo de Otro tapado con un parche, pero más se sorprendió al intentar rascarse detrás de la oreja y caer entonces en la cuenta de que su mano estaba vendada. Por un segundo una relación atravesó sus pensamientos, pero la descartó provisionalmente para sacudir a Otro.
Otro despertó con las sacudidas de Uno, abrió los ojos y vio la mitad de lo que en condiciones normales habría visto.
Uno intentó charlar un rato con Otro para averiguar lo ocurrido, y le hizo preguntas, pero Otro respondió con otras preguntas. Aquí tenemos un ejemplo:
Uno.- ¿Qué pasó anoche?
Otro.- ¿Es que no lo recuerdas?
Uno.- ¿Acaso yo te hice lo del ojo?
Otro.- ¿De qué ojo estás hablando? ¿De este que tengo vendado?
Uno.- ¿Por qué no me contestas, si sabes perfectamente que me refiero precisamente a ese ojo?
Otro.- ¿Para qué me preguntas, si sabes perfectamente lo que ocurrió con tu mano y con mi ojo?
Uno.- ¿Crees que te lo preguntaría si lo supiera?
Otro.- ¿Me preguntas si lo creo de veras? ¿Acaso soy yo quien debe contar lo que pasó?
Tanta interrogación le trajo a Uno a la memoria la relación que hacía unos minutos había descartado de su pensamiento: la relación entre su mano vendada y el ojo parcheado. Tenía la mano entumecida, como ya quedó dicho, y conforme iba despertando un dolor terrible le recorría los dedos. Quería quitarse la venda pero le daba miedo, igual que le daba miedo quitarle el parche a Otro del ojo. ¿Qué podría encontrarse detrás de semejantes endebles protecciones?
Otro se reía.
Otro.- ¿Me dices en serio que no lo recuerdas?
Uno.- ¿Te lo preguntaría si lo recordara?
Otro seguía riéndose, y enseguida se quedó durmiendo, o dormido, quién sabe. Uno lo sacudió, pero no consiguió que Otro despertase de nuevo, así que, hasta que pudiera volver a hablar con Otro, se le quedó cara de interrogación, con el ceño fruncido, odiando un poco a Otro por no decirle qué pasó la noche anterior. Instantes antes de quedarse él también dormido, o durmiendo, quién sabe, lo recordó todo, solo falta saber si cuando despierte lo seguirá recordando, o si lo volverá a recordar.

04 mayo 2013

Rumiante

Qué debería, qué no debería. Quizá un a lo mejor sea mejor que un tal vez, pero quizá sea preferible un quizás a cualquier otra cosa. El tiempo, relativo, sigue su marcha, absoluta, hacia el desenlace.
Hay quienes se ufanan de su ignorancia y son felices en su falacia y condenan a su estirpe a la misma felicidad falaz. 
Pero hay también quienes se afanan en su inconformismo lírico y no puede evitar que sus labios tracen una sonrisa sardónica al atravesar una calle inmóvil en un día de lluvia: condicionamiento húmedo de la población. 
¿Un día de qué? Un día de estos sería un mal decir, así que mejor digamos un día como hoy, claro, como siempre, o nublado, para variar. Y es que vivimos en un hoy perpetuo, he ahí destapada la gran mentira del tiempo; el dolor será el mismo, sin embargo, pero también irá muriendo.
A partir de hoy, consecuentemente, me hago rumiante. Devorador de hojas de hierba, como aquel barbudo que cruzaba Norteamérica cantando a los ríos, a los lagos, a los árboles, etcétera, pero yo, que solo tengo un estómago, tendré que aprender a digerir con la garganta, con la faringe y hasta con las cuerdas vocales.