21 diciembre 2010

Oporto

Cuando uno desembarca en la estación de trenes de São Bento en Oporto advierte, antes de poner un pie en el suelo, que huele a viejo. No a hombre viejo, no, sino a antigüedad sin reparo, a casas antiguas que no han sido reformadas. Ni siquiera se han tomado la molestia de demolerlas, quizá por el encanto anacrónico que le dan a la ciudad, pues lo que más llama la atención al paseante esporádico es, precisamente, el estado ruinoso de muchos edificios, lo cual tiene, desde luego, su encanto, hasta que uno cae en la cuenta de que podría caerle una cornisa desde el momento en que a los tejados les crecen barbas verdes: musgo, plantas, nidos de paloma y de gaviota, y quién sabe qué otras especies de flora y fauna. Y realmente es una pena, porque algunos de los edificios son bonitos, arquitectónicamente interesantes, como el que hay justo en frente de la estación de trenes, con una cabeza de león esculpida en piedra que, de estar en condiciones, asustaría a los niños pero que, tal y como está, no asusta ni a las palomas.

Cuando uno sale de la estación de trenes y se adentra en la ciudad toma consciencia del arduo camino que le espera: todo lleno de cuestas, todo lleno de frío, pero una cuestas que se te clavan en las piernas, y un frío que te devora los pies, así que al segundo día de dar vueltas por la ciudad ya eres un ser con las piernas crucificadas y con los pies convertidos en dos bloques de hielo.

Fuimos a Oporto, principalmente, por ver la Livraria Lello. Yo la había visto hacía unos años en un documental y me impresionó. Antes de ir a Oporto miré fotos de la librería en internet y volví a impresionarme. No tuve en cuenta, en ninguna de las dos ocasiones, el sabio refranero: “las apariencias engañan”. Indudablemente la librería está chula, toda de madera, todo tallado, con una vidriera en el techo, dos plantas y una escalera divertida, pero, sin embargo, y a pesar de las tallas en la madera y de la vidriera y de la escalera, es muy pequeña. Excesivamente pequeña. Tan pequeña que a los diez minutos de estar allí ya la habíamos visto entera, mirado los libros que había, elegido los que queríamos y ya estábamos de nuevo fuera antes incluso casi de haber entrado. Me compré el libro O texto do tempo, de Aldo Gargani. A un colega brasileño no le aceptaron la tarjeta de crédito (dijo el dependiente, directamente, que no aceptaban cartões de crédito), lo cual nos pareció absurdo: “pues vaya una tontería, que no acepten tarjetas”, pero a los pocos minutos salió otro colega belga y, al comentarle lo de la tarjeta, dijo que delante de él iba un turista francés que pagó con tarjeta... ¿Qué podemos pensar al respecto?

Así, pues, a todos los frikis de los libros y las librerías: si vais a Oporto sólo para ver la Librería Lello, no vale la pena el viaje. Además, igual os dicen que no aceptan tarjetas de crédito...

Cuando uno pasea por Oporto sus piernas le agradecen que, en vez de subir las cuestas, las baje, aun teniendo presente que después tendrá que subirlas, pero bajando, bajando llega a la ribera del Duero, y puede sentarse a tomar un cafecito mientras escucha cómo las gaviotas se ríen de todo revoloteando alborotadas en busca de cualquier cosa que llevarse al pico: ya curadas de espanto y sin ningún miedo al hombre, caminan por el cemento dispuestas a pelearse entre ellas por llevarse el bocado al gaznate.

Hay muchas bodegas. A mí no me gusta el vino, así que en este punto no tengo más que decir.

¿He dicho que hace mucho frío? Pobres pies...

La noche nos salió barata. Dormimos los cuatro (así, mencionando nuestras procedencias, parecíamos de chiste: "Esto son un brasileño, un belga, un vasco y un murciano que van a Oporto...) en el Poets Hostel, por 18 € cada uno, en una habitación de dos literas. Un sitio decorado con estilo, muy limpio y cuidado, con desayuno incluido (café, zumo, tostadas, mantequilla, membrillo) y wifi gratis (no sólo wifi, sino dos ordenadores para consultar internet, totalmente gratuito, no como en los hoteles de cuatro estrellas, que te cobran la conexión a pesar de pagar setenta euros por noche, que con ese dineral pagas la conexión de dos meses), totalmente recomendable. También hay un Poets Hostel en Lisboa.

Si van a Oporto no olviden comerse una francesinha (que no es una francesa gachinha, pero igualmente está muy buena). En general, la comida es muy barata, y en el Piolho D'ouro por ocho euros, como se suele decir, te hinchas la pelleja.


1 comentario:

Ficticia dijo...

Gracias por el tour, tomo nota.